El mundo en que vivimos está inmerso en una grave crisis socioambiental: millones de personas se encuentran en la pobreza, la desigualdad global se ha profundizado en los últimos 50 años, y las promesas de desarrollo se esfumaron en los engranajes de un sistema que sigue siendo dominado por grandes transnacionales. Los esfuerzos internacionales por establecer acuerdos que limiten el aumento global de las temperaturas y detengan la pérdida de biodiversidad han sido infructuosos, al punto en que, el año 2024, la temperatura promedio anual del planeta superó la barrera del 1,5ºC de incremento que había sido establecida en 2015, en el Acuerdo de París. Los eventos climáticos extremos han afectado vastos territorios y los sistemas democráticos enfrentan una arremetida de movimientos de extrema derecha y todo tipo de autoritarismos. No es el panorama que se esperaba para el siglo XXI, pero es donde estamos hoy.
Actualmente, se habla de “triple crisis” para abarcar la crisis climática, de contaminación y la pérdida de biodiversidad, todas ellas con un mismo origen: la aguda insostenibilidad de los modos de producción vigentes.
El proceso de acumulación capitalista supone que los materiales necesarios para la producción estarán siempre disponibles y seguirán siendo generados por la naturaleza. La tecnología ha reforzado este supuesto al hacer posible la aceleración de ciclos naturales: así ocurre, por ejemplo, en la agricultura subsidiada por agroquímicos que incrementan la productividad de los cultivos; en la pesca industrial apoyada en técnicas de percepción remota que permiten localizar los cardúmenes de peces en el océano; y en la minería que detecta remotamente las reservas de agua y de minerales en el subsuelo. Así, la dinámica económica empuja la investigación científica, la innovación y el desarrollo tecnológico para superar las limitaciones a la extracción de recursos, a su elaboración y distribución, generando un consumo energético sin precedentes, contaminación y cambios en los usos del suelo que, durante el siglo pasado, desencadenaron el cambio climático y hoy lo aceleran.
Si bien las crisis ecológicas no son exclusivas de las sociedades capitalistas, son intrínsecas a dicho sistema. No son accidentales ni se restringen a las etapas tempranas del desarrollo capitalista, sino, por el contrario, son una condición permanente, resultante de la concepción de la naturaleza como un recurso que debe responder al ritmo del crecimiento infinito. Al decir de Nancy Fraser, “Preparada sistémicamente para aprovecharse de una naturaleza que no puede autoregenerarse sin límites, la economía del capitalismo siempre está al borde de desestabilizar sus propias condiciones ecológicas de posibilidad” (1).
La superación del capitalismo es, por tanto, una condición indispensable para superar la crisis socioambiental global. Sin embargo, el escenario es complejo: por una parte, tenemos claridad de la magnitud de la tarea y, por otra, la revitalización de la extrema derecha y el fascismo, acompañada del debilitamiento de las democracias a nivel global hacen muy difícil el surgimiento de movimientos que permitan emprender las transformaciones necesarias sin enfrentar contradicciones que incluso las hagan fracasar. Adicionalmente, la “triple crisis” impone una urgencia extrema a la necesidad de avanzar al socialismo, puesto que de no actuar pronto las condiciones básicas para la vida humana estarán comprometidas. De acuerdo con las proyecciones climáticas, tenemos una ventana de 20 o 30 años para bajar radicalmente las emisiones de gases de efecto invernadero y detener la contaminación de los océanos y los suelos (2).
Nuestro proyecto socialista no puede ignorar la triple crisis. Tenemos el doble desafío de trabajar por los cambios desde ya, inmersos en el sistema capitalista, al mismo tiempo que vamos sentando las bases de la sociedad futura. Claramente no es un desafío fácil, un ejemplo de ello es la transición energética: necesitamos descarbonizar el planeta, para esto debemos transitar hacia otras fuentes de energía, principalmente solar y eólica, pero el desarrollo de estas presiona, a su vez, la explotación del litio, el cual se encuentra en salares de Chile, Bolivia y Argentina (3), en donde viven comunidades indígenas desde el principio del poblamiento humano en nuestro continente, y se encuentran ecosistemas únicos con alto grado de endemismo (muchas especies que no se encuentran en ningún otro lugar del mundo). ¿Cómo evitamos que la minería del litio se transforme en otra industria extractiva más que beneficia al norte global?
En el sur global hay todavía enormes grupos de población viviendo en condiciones precarias, sin viviendas, sin urbanización, sin acceso a servicios básicos y escaso o nulo acceso a la educación y la salud; para solucionar esas graves carencias se necesita una inversión sostenida del Estado durante décadas. La pregunta es ¿de dónde provendrán esos recursos? La matriz productiva actual en los países de sur está basada en el sector primario -minería, pesca, agricultura, acuicultura– y un cambio radical a una economía industrial o de servicios tarda muchos años y, además, requiere un enorme acuerdo social que debe incluir a la clase dominante, como ocurrió en el temprano siglo XX en nuestro país.
El dilema es complejo. Necesitamos elaborar estrategias para la implementación de políticas reales, en un contexto capitalista neoliberal, con la ambición de incorporar semillas o pequeños esbozos de transformación socialista. Mucho más difícil será implementar políticas que contengan decididas trazas de socialismo. Pero ese es exactamente el desafío actual: la transición, el camino al socialismo, empujado por una crisis climática sin precedentes en la historia humana y en medio de una marea reaccionaria.
Notas
(1) Nancy Fraser: El «capitalismo caníbal» está en nuestro horizonte. Entrevista por Martín Mosquera. Revista Jacobin Nº3.https://jacobinlat.com/2021/06/nuestra-esperanza-es-un-populismo-de-izquierda-que-evolucione-hacia-el-socialismo/
(2) https://www.stockholmresilience.org/research/planetary-boundaries.html
(3) Estos tres países contienen el 49,6% de las reservas globales de litio, equivalentes a 57 millones de toneladas (US Geological Survey, Mineral Commodity Summaries, January 2025).