Roberto Pizarro Hofer / El imperialismo de Trump

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El presidente Donald Trump durante su primer gobierno, en discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas, se declaró orgulloso de su “patriotismo” porque con “esta doctrina” defendía la soberanía de los Estados Unidos.

Dijo, con su soberbia acostumbrada: “Nunca someteremos la soberanía de Estados Unidos a una burocracia global no elegida y no obligada a responder por sus actos. Estados Unidos es gobernado por los estadounidenses. Rechazamos la ideología de la globalización y abrazamos la doctrina del patriotismo”.

Así las cosas, Trump renuncia al multilateralismo y ya en su primer gobierno abandonó el Acuerdo de Asociación Transpacífico, rechazó el acuerdo de París contra el cambio climático, abandonó la Unesco, dio término al acuerdo nuclear con Irán, cuestionó los entendimientos migratorios y renegoció el NAFTA a su antojo.

La seguridad jurídica, la estabilidad de las reglas del juego, el comercio libre, términos usados hasta el cansancio por economistas y agentes gubernamentales de los EE.UU. para defender acuerdos de comercio, han sido olvidados por el presidente Trump.

Trump saber jugar con el miedo. Lo ha hecho en sus dos candidaturas presidenciales para debilitar a los demócratas y ganar adherentes.

“El verdadero poder es el miedo”, le dijo Donald Trump al periodista Bob Woodward en entrevista de marzo 2016. Y, con la asesoría del neofacista Steve Bannon, supo usar el miedo durante sus dos campañas presidenciales, al sostener que la escasez de empleos era culpa del traslado de empresas a China; que la violencia provenía de inmigrantes mexicanos y musulmanes; que el deterioro comercial era culpa de los chinos; y que la debilidad de la economía norteamericana era responsabilidad de los malos acuerdos comerciales.

En su primera presidencia Donald Trump retoma el proteccionismo, elevando aranceles contra México, Canadá, Europa y China, con el argumento de que la exportación de las empresas manufactureras a China, México y otros países de bajos salarios habían perjudicado seriamente la economía norteamericana.

Con el primer gobierno de Donald Trump comienza a invertirse el orden mundial, abierto y liberal, que había caracterizado al mundo en las últimas cuatro décadas.

La política comercial de Trump continuó con el presidente Biden, confirmando el proteccionismo. Lo dice con todas sus letras en su primer informe al Congreso: “Compraremos productos estadounidenses para asegurarnos que todo, desde la cubierta de un portaaviones hasta el acero en las barandillas de las autopistas se fabriquen en los Estados Unidos”.

El proteccionismo es hoy, entonces, una política de Estado, con una dimensión geopolítica, ya que el gobierno norteamericano vive con temor a la competencia económica y tecnológica china. Y, por cierto, en respuesta a Estados Unidos, también Europa y China han ingresado en el camino del proteccionismo.

Pero, ahora, días antes de asumir su segunda presidencia, Trump agrega algo más grave a sus agresiones comerciales: amenaza directamente con acciones militares, retomando la doctrina Monroe.

Ha colocado sobre México los costos del problema migratorio, eludiendo la responsabilidad que le cabe a Estados Unidos en el subdesarrollo de Centroamérica. Y declaró, con descaro, que renombraría el Golfo de México como “Golfo de América”.

Al mismo tiempo, extrema su discurso imperial al declarar que no descarta el uso de la fuerza militar para que Estados Unidos controle nuevamente el canal de Panamá, la fuente principal de ingresos de ese país de Centroamérica. Sostiene arbitrariamente que las tarifas aplicadas al tránsito de barcos norteamericanos son muy elevadas y, además, acusa que rusos y chinos han invadido la zona del canal.

Con inmensa osadía, en su discurso de “hacer grande a Estados Unidos nuevamente”, ha insultado al pueblo canadiense al sostener que Canadá debería ser el 51 estado norteamericano y que, además, utilizaría el poder económico para lograrlo.

Finalmente, exige a Dinamarca que le venda Groenlandia porque lo estima fundamental para la seguridad nacional de Estados Unidos.

Todas estas declaraciones se inscriben en la visión de Trump “Estados Unidos primero”, que consiste en utilizar el poder comercial y eventualmente militar para lograr sus estrechos intereses nacionales, coaccionando a potencias aliadas más pequeñas y, al mismo tiempo, mostrando fuerza ante sus competidores, principalmente China.

Uno podría decir que las rimbombantes declaraciones de Trump son las típicas bravuconerías de macho misógino que lo caracterizan. Sin embargo, la elección del senador Marcos Rubio como Secretario de Estado es preocupante. El senador de Florida también ha desplegado una retórica agresiva y engañosa.

Rubio dijo en una audiencia del Comité de Relaciones Exteriores en 2022 que China estaba ejerciendo influencia económica de una manera que perjudicaba a las economías de nuestra región y que apoyaba a los carteles que exportan fentanilo y violencia a través de las fronteras estadounidenses. “Simplemente no podemos permitirnos dejar que el Partido Comunista Chino expanda su influencia y absorba a América Latina y el Caribe en su bloque político-económico privado”, afirmó.

Ese discurso de Rubio se encuentra además en línea con declaraciones de la actual jefa del Comando Sur de los Estados Unidos, Laura Richardson, militar en actividad, quien, en entrevista con el Atlantic Council, destacó que los ricos recursos de Latinoamérica, en particular el litio, le corresponden a los Estados Unidos: “El 60% del litio del mundo se encuentra en el triángulo Argentina, Bolivia y Chile” (Viral, 23-01-2023), lo que revela la importancia de América Latina para los intereses norteamericanos “porque está llena de recursos y me preocupa la actividad maligna de nuestros adversarios que se aprovechan de ella” (Then 24, reproducido por Bio Bio.cl, 14-03-2023).

En reemplazo de los Tratados de Libre Comercio, el nuevo instrumento de dominación económico que comienza a utilizarse son los “Memoranda de Entendimiento para Asociaciones Estratégicas sobre Materias Primas”. Se incluye en ellos una lista de 16 “materias primas estratégicas” (que incluye litio y cobre, entre otras) y luego 24 “materias primas críticas”.

Ahora que el libre comercio no le conviene a Estados Unidos, ha dejado de lado los TLCs e inicia una ofensiva de captura directa sobre las materias primas en América Latina; y exige un acceso privilegiado a nuestros recursos naturales por razones económicas, tecnológicas y estratégicas. Por cierto, a ello se agregarán eventualmente acciones militares, de acuerdo con las recientes declaraciones de Trump.

Así las cosas, nuestro país se ve enfrentado a una nueva y difícil realidad económica y política internacional. Por una parte, porque un eje central de su modelo económico es la apertura al mundo y, por otra, porque su fuente principal de recursos son las exportaciones de materias primas.

El imperialismo de Trump no debe ser desestimado. Será tarea prioritaria para nuestro país realizar esfuerzos en favor de una nueva estrategia de inserción económica internacional, la que tampoco puede eludir la oportunidad para que políticos, economistas y empresarios entiendan de una vez la urgente necesidad de impulsar una transformación productiva en la economía que supere el extractivismo.


Fotografía de Euronews

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