¿Qué le sugiere esta pregunta estimado lector y estimada lectora? Ese pareciera ser el leitmotiv que acompaña la conversión en propaganda de lo que alguna vez fueron los medios de comunicación, generando lo que se ha dado en llamar guerra mediática, como parte de la, a su vez, llamada guerra híbrida.
Desde hace muchos años, las elites dominantes, en particular las de los países del hemisferio norte, comenzaron a trabajar en lo que se llamó psicopolítica, en función del estudio del funcionamiento de la mente para, por ejemplo, incentivar un consumismo permanente. Desde los ochenta, se intensifica ese trabajo, incluyendo a la OTAN, en función de lo que se llamará guerra cognitiva (ciberpsicología), utilizando para ello la televisión, las radios, la prensa, las redes sociales, las fake news (sostenidas en el dicho goebbeliano: una mentira, repetida un millón de veces se convierte en una verdad).
De lo que se trata es de generar -en defensa del sistema y sus prerrogativas elitarias en lo económico, político y militar- una cultura y una visión unidimensional de lo que es o aparece como bueno o malo, justo o injusto, correcto e incorrecto, sea a nivel interpersonal, nacional o internacional. De lo que se trata, es de ocultar la crisis actual del sistema dominante, llamada por muchos investigadores una crisis civilizacional, para hacerla pasar por un mero tropiezo ocasional y contingente del actual capitalismo.
De lo que se trata, en definitiva, es de que, sea a nivel local, nacional o internacional, no pensemos critica e históricamente los acontecimientos, sino que sigamos las pautas que entregan los medios y sus agentes comunicadores y, por cierto, sus propagadores en redes y coliseos políticos. Un coro bien adiestrado en la repetición monocorde de meras consignas. Usted lo sabe. Lo ha visto. El imperio del Norte (según muchos, en decadencia) después de la caída del Muro de Berlín se quiso consagrar como el único y legítimo director de orquesta de la vida mundial (apoyado, entre otros, por F. Fukuyama, y su desmentida y repetida tesis del “fin de la historia” y el nuevo siglo americano), lo que, después del aún poco claro y terrible evento de las Torres Gemelas, se tradujo, según Bush Jr. en el siguiente mandato: en la lucha entre el imperio del bien y el imperio del mal (el otro, el distinto, alter) o están con nosotros, o están contra nosotros. El terrorismo pasó a ocupar momentáneamente el lugar que tenía el comunismo como chivo expiatorio de las acciones de “Occidente”.
Cualquier proyecto alternativo al sistema capitalista financiarizado podrá desde ya ser descalificado como disruptor, promovedor del terrorismo, del yihadismo, y, por tanto, ser pasible de medidas coercitivas, sanciones, bloqueos o invasiones. Era la idea de un mundo unipolar. Por cierto, ¡el legitimador de ese supuesto mandato era nada menos que Dios mismo!
De seguro, Bush Jr., Obama, Trump o Biden (y la Unión Europea) tienen wasap directo con la divinidad. Está todo esto ante nuestros ojos, pero vemos que, aun así, es totalmente insuficiente. Se trata de convertirlo –ese mandato religioso- en creencia de los pueblos. Usted crea, pero no piense; ni menos haga ejercicio de la sospecha y de la crítica racional e histórica, podría usted ser, a su vez, sospechoso. Algunos, por todo esto, le llaman al capitalismo actual, capitalismo de la vigilancia. Y, usted sabe, para eso están las nuevas tecnologías, Google, YouTube y otros medios.
Por ello, no es de extrañar que el vector primordial del llamado progreso y la dialéctica de modernidad/modernización sea una racionalidad estratégico-funcional, ocupada con el creciente perfeccionamiento de los medios. Medios dispuestos y diseñados para aumentar incesantemente la voluntad de poder y dominio: sobre la naturaleza, sobre las sociedades, sobre cada uno de nosotros. Entre esos medios, como no, la manipulación de los hechos, de la mente, de las comunicaciones. El mundo y las realidades tienen un solo colorido y usted no debe aventurarse en otros, so pena de ser aislado o castigado. A esto, creo, le llamó Marcuse, libertad represiva. ¿Suena extraño, no es así? Pero, al parecer, no lo es tanto.
En su momento, el gran físico A. Einstein nos hizo una crucial advertencia: “La fuerza desencadenada del átomo lo ha transformado todo, menos nuestra forma de pensar. Por eso nos encaminamos hacia una catástrofe sin igual”. ¡Qué premonitorias palabras, oiga! Ahí tiene usted la Primera Guerra Mundial, seguida del nazi-fascismo, la Segunda Guerra Mundial, las guerras coloniales, etc. Y, hoy, un conflicto y guerra civil en el Este europeo que, sin una voluntad perseverante por negociar una paz lo más justa posible, puede convertirse en algo peor. Todo esto a pesar de que, en los últimos años, el famoso “Reloj del fin del mundo” (publicado por el Boletín de Científicos Atómicos) sigue acortando el tiempo que resta para la medianoche, es decir, para la llegada del Apocalipsis (¡hoy estamos a 100 segundos!). Pero el neoliberalismo actual promueve todos los días que no hay de qué inquietarse: si las desigualdades siguen profundizándose; si las elites mundiales concentran cada vez más poderes, activos, paraísos fiscales; medios de prensa; si una gran cantidad de habitantes del planeta está bajo la amenaza del hambre diariamente; si las pandemias se reproducen; si la naturaleza y el medio ambiente ponen en juego la continuidad de la vida sobre el planeta; si la política está cada vez más desacreditada y corrompida en su modalidad representativo-liberal y en general, bueno, esos son meros daños colaterales del modelo globalizador de mercado desregulado, por el cual hay que transitar, obligatoriamente, para que la felicidad y los dioses se hagan presente en nuestras vidas. La racionalidad de mercado convertida en nuevo fetiche es la única que puede salvarnos de manera imparcial (elites mundiales dixit).
Mercantilizar la existencia social y política de pueblos y sujetos, hacer que pueblos y sujetos no piensen sino en función de la mera sobrevivencia y en su burbuja es el objetivo de un pensar neocolonizador y manipulador. La creencia de que, a pesar de la historia occidental, el así llamado Occidente tiene la obligación de exportar su modelo a todas las sociedades del planeta -lo quieran o no los afectados- es una creencia enormemente peligrosa para la humanidad y continuidad de una vida digna.
La recomendación es generalizada: hay que dejar de pensar. Cuando se busca la muerte de todo análisis crítico y de todo reclamo en nombre de la justicia social, la igualdad o la solidaridad, el mundo será como es. Esta es la utopía anti-utópica que mueve a la opinión pública, a los medios y a la ideología del imperio. Tanto frente a lo que sucede en el país, en nuestra América y en el mundo. Hay que ser audaz y servirse de la propia razón, decía un renombrado filósofo. Y esto, claro, será considerado una locura por el sistema. Pero, ¿acaso no dijo Pablo (I Cor.3,19) que “la sabiduría de este mundo es locura a los ojos de Dios”?
Ojo con esta cuestión, lectores y lectoras…
*Pablo Salvat B. es Doctor en Filosofía y miembro de la Sociedad de Escritores de Chile.