La derecha en Chile es orgánica y oligárquica. Desciende de generaciones y generaciones de figuras de pensamiento conservador. El golpe de estado de 1973 no fue una excepción sino la regla, con la particularidad de que se instalaba el “laboratorio neoliberal”, uno que tampoco irrumpe sin historia, se cocinaba a fuego lento en las aulas de la Universidad Católica.
La derecha de los “cómplices pasivos” es la de los que estuvieron en Chacarillas, la de los ministros de Pinochet y de Piñera, la de los militantes de los partidos de la “centroderecha” actual. Lo “popular” irrumpe con el Joaquín Lavín del 99, ese que enfrentó a Ricardo Lagos y que perdió por un pelo. Pero lo “popular” no habla de los dirigentes, habla de –hay que reconocerlo y tratarlo con suma voluntad de aprendizaje– la capacidad de insertarse en los sectores populares, con la gran capilaridad que han logrado en lo social de la mano de la iglesia.
Los actuales outsiders de la ultraderecha no son, precisamente, aparecidos. José Antonio Kast, luego de quebrar con su militancia histórica en la UDI, forma una serie de grupos y su actual partido, portando su historia que incluye la de una familia ligada a los crímenes de campesinos en Paine, de la que no se ha alejado ni renegado. Johannes Kayser, por su parte, el youtuber con ínfulas de extrema derecha mundial, no solo le ha declarado la guerra a las mujeres, también ha vociferado en torno a lo necesario del golpe de estado con actitud celebratoria.
La derecha en Chile y sus diversas tribus urbanas no ha dejado ni dejará de ser pinochetista. En la instalación del neoliberalismo y el asesinato del adversario, fundan la identidad que tienen: conservadora, oligárquica y autoritaria. Queda por desmenuzar con calma quienes forman parte de los militantes y seguidores de esta derecha, pero sus dirigentes no constituyen una derecha “plebeya” o enemiga de “la casta”. En ninguno de sus voceros actuales hay algo así como un self-made man, a lo Javier Milei.
Cada cierto tiempo nos desayunamos –de nuevo– con que la derecha es pinochetista. Bajo una cultura de la eterna sorpresa, del escándalo, volvemos a generar una escena de vencidos y vencedores, de defensores de los derechos humanos exigiendo mínimos civilizatorios. No hay como salir de escena, repetimos una y otra vez, porque el pinochetismo habla impunemente de su necesidad histórica y de sus crímenes.
La derecha es pinochetista. Defendió a Pinochet en el Congreso y en 1998, con su detención, ni siquiera se puso colorada. Al contrario, organizó manifestaciones para su liberación y regreso a Chile y, por supuesto, la candidata Evelyn Mattei participó con alegría de esas procesiones. La derecha pinochetista es la misma de los homenajes a Miguel Krassnoff en el Club Providencia, mientras aún era alcalde Labbé. La derecha de los “Pancho Malo” es la misma que seguía haciendo caupolicanazos los 11 de septiembre hasta no pocos años y hoy se reúne de modo más discreto en ceremonias privadas o saca a pasear estatuas del dictador por plena región del Maule.
Pinochet sigue entre nosotros y hay que repetirlo sin espanto. Hay que asumirlo con responsabilidad histórica y con conocimiento pleno del oponente político. Hay que saber examinarlo para una próxima arremetida porque en la guerra cultural de la derecha ya sabemos que todo vale.