Pablo Salvat B. / Apuntes para un agenda pro derechos humanos de cara al siglo XXI

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1. Cuando se habla de proyección o prospectiva de derechos humanos para la región y el continente, hay que situarse en el devenir y tratamiento del tema a nivel mundial y regional. El principal hecho a tener en cuenta, sin duda, es el atentado a las Torres Gemelas en USA, el año 2001, y las consecuencias que tuvo, entre ellas, emprender una suerte de nueva guerra, ahora contra el terrorismo y el llamado “eje del mal”, lo que, a su vez, ha condicionado el valor universal e internacional de los derechos humanos al objetivo de “ganar” esa guerra. Primero está la lucha contra el terrorismo y, luego, la validez de las situaciones relacionadas con derechos humanos. Una vez más, se genera una relativización de la significación de los derechos humanos, sometida, ahora, a si promueve o no la lucha contra el terrorismo, adquiriendo este una dimensión ampliada y ambigua. Por cierto, el movimiento pro derechos humanos no puede dejar de lado este hecho a la hora de evaluar y planificar sus acciones y derroteros.

2. Por ello, y debido también a razones de la historia reciente de nuestros países, a nivel de espacio público, los derechos humanos tienen la marca de o son un reflejo unilateral de un tiempo de dolor, sufrimiento o negación de la dignidad –el tiempo del autoritarismo político/militar. Por otra parte, hay la tendencia a percibirlos como propiedad de un sector determinado de la sociedad. Sin embargo, al mismo tiempo que hay este movimiento interno, ligado a sucesos políticos de un pasado fechable, en el ámbito más global e internacional la reivindicación de los derechos humanos ha entrado, cada vez más, en una fase de globalización y/o universalización creciente, es decir, son reivindicados por distintos actores del quehacer mundial ligados, también de manera creciente, a nuevas formas de jurisdicción globales. Y ello a pesar de los sucesos del 11 de septiembre de 2001 en USA. Lo cual confirma el dato de que, hoy por hoy, resultan el imaginario normativo compartido de mayor alcance en medio de la pluralidad de puntos de vista en economía, política, ética o filosofía y, en medio, también, de la pérdida de referentes más globales de acción colectiva. Caídos los grandes proyectos utópicos, puestas en cuestión las ideologías de cambio, los derechos humanos parecieran, por ahora, ser de los pocos artículos creados por la humanidad capaz de resistir el vendaval de lo fugaz, de lo contingente, de lo relativo. Por ello, entonces, es que tenemos que intentar ir más allá de su adscripción a su momento de negación y abrirnos a su prospectiva en tanto horizonte ético-político, contrafáctico, de la realidad que como país y región del mundo debemos tener. Y podemos tener.

Los riesgos son varios cuando recurrimos a los derecho humanos, como algunos hacen, para impulsar lisa y llanamente su olvido, mediante su motejamiento y parcialización; o, como otros que utilizan la estrategia de su banalización, del “todo es derechos humanos” o todo puede convertirse en una reivindicación de derechos.

3. Vivimos, en tanto contexto de una prospectiva de la acción reflexionada, una situación societal paradojal: por un lado, necesitamos recrear nuestro ideario normativo para hacer frente a nuestro pasado y abrir nuevos horizontes de futuro en este ámbito; por el otro, hay un clima cultural predominante que tiende más bien hacia un vacío ético (se desdibujan los referentes de una acción mancomunada); hacia una nihilización de la experiencia moral manifestada en lo que alguien traduce como sumatoria de “crepúsculos”: del sentido, del deber…

4. Miradas las cosas desde este punto de vista, los derechos humanos, y su apropiación y promoción viva, real, constante –en todos los niveles de la educación, en servicios públicos, en el Estado, en los media-, aparecen como mediación normativa mínima o, si se quiere, fundamento principal para una renovación de nuestra cultura política; como un indispensable antídoto para la erradicación paulatina y nunca acabada de las distintas formas de intolerancia, discriminación o segregación del otro, por motivos de raza, condición social, o pensamiento; es decir, aparecen como un nuevo ethos ciudadano a promover de manera permanente.

5. Ahora, pensando en una suerte de agenda pro derechos humanos, ¿qué temáticas relevar? De manera preliminar, hay tres ámbitos que nos parece adecuado abordar y eventualmente articular: el tema de la memoria histórica (con los temas del conflicto- violencia-reconciliación-verdad y justicia); las cuestiones de la indivisibilidad y universalización de derechos y, también, el tema de los agentes o actores involucrados en la sociedad en función de hacerlos efectivos.

5.1 En primer lugar, entonces, resulta pertinente y necesario continuar con el trabajo, los estudios y el debate público en torno a nuestra memoria histórica, los dilemas de la reconciliación y respecto a la verdad de lo sucedido, y a las cuotas de justicia indispensables de asumir de manera personal y colectiva. En el examen de estos temas se abre, además, la posibilidad de reconstruir diversas aristas de las relaciones de poder y de nuestra identidad histórica –con sus mitos-, desde un conocimiento múltiple y una discusión abierta, crítica. Quizá una cuestión importante aquí sea abrirse a una relectura de la historia nacional y latinoamericana, como una en la cual se manifiesta o expresa una constante lucha por el reconocimiento y, por tanto, indagar en el rol que han jugado los derechos humanos en la dignificación permanente de la vida humana.

5.2 Una segunda temática para una agenda pro derechos humanos se relaciona con el asunto de la indivisibilidad de los derechos humanos y su articulación con los actores sociales y su responsabilidad. Primero, no parecen haber razones para oponer derechos individuales y derechos sociales. Todos los derechos humanos, civiles y políticos, económicos, sociales y culturales, son derechos de la persona. No pueden cumplirse los derechos individuales sin que se cumplan, al mismo tiempo, los derechos sociales y culturales que derivan de la pertenencia societaria del individuo.
Lo anterior es importante toda vez que la nueva realidad de la globalización/mundialización pone en el tapete la discusión en torno al tema de una nueva generación de derechos (los derechos del género humano o de solidaridad). La indivisibilidad de los derechos humanos resulta ser el principio eje desde el cual respetar la universalidad en el diálogo intercultural. Ningún relativismo cultural debería admitirse para establecer una jerarquización entre los derechos. En este punto, la realización de un derecho humano resulta condición para la realización de otros derechos y, desde esta perspectiva, se refuerzan y necesitan mutuamente;

5.3 En el presente, especial importancia parecen adquirir los llamados derechos culturales. Cuando hablamos de estos derechos estamos hablando del establecimiento de condiciones de posibilidad igualitarias para el conjunto de la población en el acceso a conocimientos, destrezas, informaciones, saberes que les permiten, en lo personal y colectivo, adquirir competencia lingüística y comunicativa suficiente para hacerse reconocer como personas y agentes activos de su propio desarrollo personal y comunitario. Aquí destacamos el derecho a la información, a la educación y formación continuas; el derecho a participar en la vida cultural.

5.4 Un tercer motivo prospectivo en el tema de los derechos humanos lo relacionamos con los actores de la sociedad y su responsabilidad en función de la indivisibilidad y universalización de esos derechos, esto es, de su progresiva efectivización en el tiempo. La práctica a favor de la promoción y respeto a los derechos humanos conviene en general a diversos actores. Por una lado, a la sociedad civil, en sentido amplio, tejido social, cultural, económico, con duraciones y espacios de acción diferenciados. Este ámbito cobra una importancia cada vez mayor en vista del debilitamiento generalizado del Estado y su capacidad de articular el ámbito de lo público. Mientras más poder tiene un actor, mayor es su responsabilidad de cara a los derechos humanos. Esto vale no solo para la sociedad civil, las nuevas formas de ciudadanía o las tareas de un Estado democrático de derecho, sino también para el mundo empresarial. Pensando en el futuro, sería interesante identificar de cuáles derechos humanos cada actor o categoría social debe hacerse cargo de manera prioritaria (por ej., las empresas o asociaciones según el tipo de bienes y servicios que ofrecen). En este sentido, podría promoverse un proceso de conversaciones entre poderes públicos, tercer sector o sociedad civil y empresariado, en función de un pacto de sociabilidad basado en el reconocimiento de los derechos humanos y las obligaciones que de ello se derivan. Con todo, la obligación de los diversos actores respecto de los derechos humanos (cívicos, públicos, privados) no puede reducirse a un problema de factibilidad. También hay que impulsar una obligación de resultados respecto a esos derechos, es decir, promover la eficacia.

6. Estos motivos temáticos a discutir para una agenda pro derechos humanos tienen que funcionalizarse u operativizarse aún más, soy consciente de ello. Por el momento, creo que su tratamiento puede distinguir niveles: uno, ligado a la investigación propiamente tal (muy importante y reforzador); otro, ligado al espacio formativo en la educación en general y al espacio público propiamente tal; y un tercero que pueda establecer puentes de conversación y compromiso entre los principales actores de la sociedad. Por cierto, en estas acciones estoy pensando en que puedan coordinarse las distintas instancias e intereses de todos aquellos que tienen algo que ver o decir respecto a este tema.

*Pablo Salvat D. es doctor en Filosofía Política y Ética (Lovaina, Bélgica).

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