Con Donald Trump, los parámetros tradicionales para definir el bien y el mal han sido brusca y radicalmente transformados por una visión maniqueísta, donde “el bien” pierde su ilusoria universalidad para pasar a ser definidode manera egoísta y excluyente por unos pocos “elegidos”. Esa perspectiva se enuncia ahora explícitamente, sin tapujos, despojada de inconvenientes y banales lastres éticos, o vagas aspiraciones de legitimidad histórica.
Dada la enorme gravitación internacional alcanzada por EE. UU. a partir de mediados del Siglo XX, la decidida aplicación de esta concepción binaria a la práctica de sus relaciones exteriores está teniendo impactos de gran magnitud en las esferas políticas, económicas y militares del planeta.
Por décadas se había venido consolidando una suerte de alineación multifuncional explícita de EE. UU. con Europa y Japón (incluyendo también socios vecinos), sustentada en acuerdos internacionales de diverso tipo y en una creciente e interdependiente integración económica global, entendida esta como evolución aparentemente natural del desarrollo capitalista. Esa conformación, gerenciada de manera indiscutible por EE. UU., garantizaba en buena medida su predominio político y económico, además de militar, ámbito en el que EE. UU. venía ejerciendo el rol de gendarme mundial.
A modo de ejemplo, a su convocatoria, la longeva OTAN no tuvo mayores inconvenientes para flexibilizar, obedientemente, sus principios originarios e involucrarse en conflictos política, conceptual y geográficamente distantes de Europa, tales como los de Afganistán y Libia. Esa misma subordinación permitió que, ante la crisis de Ucrania (con una invasión rusa injustificable, pero perfectamente predecible), el complejo industrial militar de EE. UU. se beneficiara, no solo con los envíos propios de armamento sino, además, con parte importante de las compras que han debido realizar otros países de la OTAN para destinarlas al frente de batalla.
Pero, los beneficios no solo han favorecido a la industria de armamentos estadounidense. Como efecto colateral de Ucrania, la Unión Europea desarticuló una matriz productiva industrial basada en la obtención de energía barata y abundante desde Rusia (para supuestamente castigarla por su invasión), reorientándola hacia la adquisición de un gas licuado más caro y logísticamente problemático procedente de EE. UU.
Por su parte, y en un proceso estructural, el avance de la globalización en un contexto regulado por las leyes del mercado ha implicado también la gradual desagregación vertical de buena parte de las cadenas de producción industrial mundial. Así, un número no menor de empresas estadounidenses han externalizado su producción a países con costos laborales y logísticos comparativamente ventajosos. Como efecto directo de ello, muchos productos de consumo son ahora, en realidad, parte de un proceso productivo interdependiente y complementario que funciona desde ubicaciones planetarias diversas.
La integración a la economía global ha traído como consecuencia para EE. UU. un déficit comercial recurrente, al verse en la necesidad de importar más bienes y servicios desde el exterior que los que exporta. Y esta ecuación tiende a continuar: un dólar fuerte hace que las importaciones sean más baratas y las exportaciones más caras. Peor aún, el déficit comercial mayor es con China, su principal proveedor de bienes, incluyendo artículos electrónicos, maquinaria y textiles.
Donald Trump ha hecho de este escenario una suerte de “caballito de batalla” con el que se propone marcar el comienzo de un nuevo, y muy diferente, orden internacional. Y para eso, ha conseguido un éxito interno espectacular, dibujando retóricamente para sus fanáticos seguidores un hostil mundo imaginario que se aprovecha de manera ilegítima de EE. UU. y, de hecho, amenaza su futuro. En el guión, ese supuesto “enemigo” agrede, tanto al país como tal (fagocitando su economía) como a sus ciudadanos individuales (a través de una masiva y criminal inmigración). Y el Estado actual, plagado de perversas burocracias difuncionales, resulta inerme e incapaz de reccionar en su defensa. De ahí la urgencia de trazar líneas rojas, “poniendo las carretas en círculo”, y removiendo radicalmente cualquier obstáculo que se oponga a un “plan de salvamento” centrado exclusivamente en consideraciones egocéntricas (America First!).
La propuesta es relativamente simple de enunciar y está ya en práctica.
En el interior, por una parte, el discuso antiinmigrante y anti “establishment” se está traduciendo en deportaciones que pretenden llegar a ser masivas y, por otra, en una agresiva política de demolición de la centenaria arquitectura estatal, ostensiblemente en función de la eficiencia pragmática pregonada por los gurúes de la tecnología corporativa, representados por Elon Musk.
En el exterior, se trata de eliminar el libre mercado implícito en la globalización; deshacerse de lastres políticos, económicos y militares; expandir y establecer alineamientos con áreas de influencia estables y profitables (“a la Yalta”); imponer términos de intercambio desiguales y proteccionistas; desarticular cualquier estructura que pretenda normar el accionar internacional; frenar el desarrollo de China; y someter drástica e inapelablemente a todo eventual “díscolo”.
Los síntomas abundan y entre otros son:
- La llamada telefónica que, en apenas 90 minutos, pulverizó décadas de alineamiento ideológico y dejó bochornosamente sin piso a una Europa que había desmontado su matriz productiva y abdicado buena parte de su independencia por causa de Ucrania (país presidido por un “charlatán dictatorial” y relegado a simple condición de pieza de ajedrez desechable).
- La consiguiente exclusión de Europa (y del principal afectado) de las “negociaciones de paz” emprendidas con una Rusia súbitamente reivindicada.
- La “propuesta” leonina para apoderarse de los recursos naturales de Ucrania, a título de pago retroactivo por la ayuda enviada.
- Las insólitas injurias a la democracia europea en Múnich.
- La extravagante solución inmobiliaria propuesta para Gaza.
- La promoción de Israel a la calidad de gendarme regional.
- La progresiva imposición de aranceles proteccionistas selectivos, ignorando los TLC y demás normativas existentes.
- Las desembozadas pretensiones imperiales con respecto a Groenlandia, Canadá y Panamá.
- El desmantelamiento de USAID.
- El abandono de estructuras multilaterales de Naciones Unidas, como el Consejo de Derechos Humanos, la OMS, etc.
- La matonería desplegada frente a Colombia.
- La eliminación de trabas legales para los sobornos de empresas estadounidenses en el extranjero.
- La declaración de “no los necesitamos” en relación con América Latina.
- El énfasis en caracterizar a China como el “satán estratégico”.
En el plano interno, Trump cuenta hoy con una correlación de fuerzas mucho más favorable que en su primer mandato. Domina sin oposición al Partido Republicano (que, a su vez, es mayoría en ambas cámaras del parlamento), tiene una Corte Suprema con amplia mayoría conservadora, ha establecido una relación simbiótica con la élite tecnológica corporativa, ha sido elegido con voto mayoritario, y su accionar continúa teniendo tracción, al apelar exitosamente a un grueso público generalmente acrítico y manipulable. Queda por ver si su poder desde el ejecutivo podrá eventualmente avasallar (o simplemente ignorar) las trabas legales más o menos tímidas que el sistema judicial ha comenzado a poner frente a algunas de sus decisiones iniciales más descabelladas.
En el exterior, la situación se presenta más compleja. Aunque su inmenso poderío económico y militar es obviamente incuestionable, este “nuevo” EE. UU. deberá enfrentar complejidades no siempre solucionables “a garrotazos”. El país no se encuentra en una burbuja aislada e impenetrable. El tema arancelario, por ejemplo, suele generar efectos diversos, incluyendo algunos de tipo búmeran. Lo más posible es que el agresivo distanciamiento de una Europa perpleja tendrá consecuencias más allá de lo previsto. La presión de empresas transnacionales afectadas negativamente por el advenimiento proteccionista será un elemento a considerar. Las relaciones geopolíticas en la emergente multipolaridad internacional impuesta por actores como China, India y otras naciones no serán simples. Y así…
Para los países periféricos, el accionar de Trump tendrá efectos de magnitud variable, sin muchas posibilidades realistas de oposición técnicamente efectiva. Ni siquiera el alineamiento incondicional garantiza inmunidad, como está aprendiendo cierto país vecino. Por el momento, parecería que solamente una política pragmática de alianzas, especialmente regionales, es lo único que podría amortiguar en forma colectiva y parcial las distorsiones más negativas del Nuevo Orden en construcción.
*Luis Herrera es economista, chileno-finlandés, exdiplomático finlandés, actual miembro de la Dirección Regional del Territorio Internacional del Frente Amplio.