En este artículo, Roberto Pizarro Hofer abre un diálogo crítico con la segunda parte de un ensayo de Guy Bajoit, publicado recientemente por el Portal Socialista (ver sección Política-Cambiar el mundo) que consta de 3 partes: “¿Cómo renovar la democracia política?”, “Renovar el desarrollo” y “Para renovar la concepción del socialismo en el siglo XXI”. El debate está abierto. Invitamos a participar.
El artículo de Guy Bajoit, con el nombre de “Renovar el desarrollo”, publicado en el Portal Socialista, es interesante, pero algunas de sus ideas me parecen discutibles, las que expongo a continuación.
En su revisión crítica de las distintas concepciones del desarrollo, Bajoit no reconoce dos esfuerzos teóricos, de gran relevancia, que surgieron en América Latina en los años 50 y 60, los que propusieron interpretaciones alternativas a la concepción del desarrollo existente en los países dominantes del norte. Me refiero al Pensamiento Económico de la CEPAL y a la Teoría de la Dependencia.
Pensamiento económico de la CEPAL
A fines de los años 50, Raúl Prebisch, a la cabeza de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), desarrolla una crítica de gran lucidez al modelo de desarrollo surgido en los países del norte y especialmente a la concepción neoclásica.
Se instala así un pensamiento autónomo en la región que, desde la periferia de la economía mundial, explica el subdesarrollo por la especialización en materias primas de los países de América Latina en contraste con la producción de manufacturas en los países del norte. Esa especialización afectaba negativamente a los países de la periferia.
A partir de la dinámica comercial entre los países del centro y la periferia, se concluye que los beneficios derivados de la división internacional del trabajo no se trasladan a los países periféricos, contrariamente a lo que postula la teoría de las ventajas comparativas, base de la defensa del libre comercio
Por tanto, el desarrollo económico de los países de la periferia resulta imposible con un modelo de inserción internacional guiado por ventajas comparativas estáticas, pues el deterioro secular de la relación de intercambio tiende a reducir la capacidad de importar manufacturas desde los centros capitalista. Así, los países periféricos, al enfrentarse con una menor capacidad de importación, transferían parte de su renta a los países centrales y se sometían a crisis recurrentes en la balanza de pagos.
La sustitución de importaciones y la industrialización eran entonces una necesidad ineludible para avanzar al desarrollo.
La industrialización, bajo la dirección del Estado, fue vista por la CEPAL como la única forma de generar progreso tecnológico, porque los beneficios de un aumento de la productividad en el sector primario de exportación no se difundían al conjunto de la economía.
En los años sesenta, al mensaje en favor de la “industrialización” se agregó el concepto de “heterogeneidad estructural”, con propuestas de reformas institucionales, planificación y políticas agrarias, fiscales y financieras indispensables para asegurar la industrialización, pero también para superar la pobreza y reducir desigualdades regionales y en la distribución del ingreso.
Consecuentemente, superar la condición periférica junto a la planificación y políticas económicas desde el Estado para enfrentar la heterogeneidad estructural configuraron un pensamiento económico original y autóctono en América Latina.
Teoría de la dependencia
La CEPAL pensaba que era posible que las burguesías locales pudieran liderar la industrialización avanzada y veía el capital extranjero como un complemento para la acumulación interna. Esta visión fue cuestionada por la denominada Teoría de la Dependencia ya que la industrialización avanzada fue controlada por el capital extranjero. No fue un complemento externo al ahorro interno, como la concebía la CEPAL.
Así las cosas, la región pasaba de una dependencia comercial (términos de intercambio en desmedro de las materias primas) a una dependencia industrial. Esta nueva forma de dependencia subordina a la burguesía nacional al capital extranjero y con ello impide la posibilidad de un proyecto de desarrollo nacional autónomo, como pensaba la CEPAL.
En efecto, desde fines de los años cincuenta del siglo pasado, con el agotamiento de la “industrialización espontánea”, las empresas multinacionales, principalmente de origen norteamericano, se despliegan a lo largo y ancho de América Latina para realizar inversiones en industrias de transformación, en las manufacturas de punta de la época, entre las que destacaban principalmente la automotriz, petroquímica y electrónica. Sus subsidiarias se instalan en los mercados nacionales, con el propósito de capturar a los consumidores locales, saltando así las elevadas barreras arancelarias que caracterizaban en aquella época a la política comercial.
Las corporaciones internacionales, que seguían controlando los centros de producción de materias primas, extienden también sus actividades hacia el sector manufacturero con el propósito de obtener ganancias en los mercados internos de América Latina. A partir de esos años se puede hablar, entonces, de una “nueva forma de dependencia”. Por cierto, se trata de un fenómeno que también se presenta en otras regiones del mundo gracias al accionar no solo de multinacionales norteamericanas sino también de origen europeo y japonés.
La penetración del capital extranjero en el sector manufacturero tiene implicaciones sociales y políticas ineludibles. La burguesía nacional, que había impulsado la “industrialización liviana” en las primeras décadas del siglo XX, no tenía condiciones tecnológicas ni financieras para ampliar sus posiciones de acumulación en los sectores más avanzados tecnológicamente. La empresa multinacional ocupa ese espacio.
En consecuencia, para la Teoría de la Dependencia el desarrollo nacional solo se concebía posible con un proyecto político socialista que en aquellos años significaba, entre otras cosas, la nacionalización de los medios de producción extranjeros. Ello quedó contenido, por ejemplo, en el programa de gobierno del presidente Allende y fue un rasgo dominante de las propuestas políticas de las izquierdas de la época.
Estas dos concepciones del desarrollo fueron muy importantes en los años sesenta y setenta, con reconocimiento incluso de centros intelectuales de los países desarrollados. Naturalmente con la emergencia del neoliberalismo la Teoría de la Dependencia experimentó un manifiesto declive y el pensamiento de la CEPAL debió adaptarse a los nuevos tiempos.
Sin embargo, con la reedición del proteccionismo y la nueva geopolítica impuesta por Donald Trump adquieren nuevamente relevancia algunas de las ideas originales sobre el desarrollo de la CEPAL y de la Teoría de la Dependencia. La industrialización se hace ineludible y la defensa nacional y latinoamericana de nuestras economías ante las agresiones imperialistas estarán muy presentes en los años venideros.
El desarrollo según Guy Bajoit
Bajoit tiene razón en señalar que los modelos de desarrollo tienen que nacer de las entrañas de nuestras sociedades, “conforme a su identidad cultural, a su memoria y a su historia”. Pero, al mismo tiempo dice, y con razón, que “las condiciones de existencia de sus habitantes cambian y los actores tienen que inventar nuevas soluciones a los problemas vitales de su vida común”.
Lo que parece discutible en sus afirmaciones es que los fracasos vividos hasta ahora para alcanzar el desarrollo obedecen a la dificultad para lograr la colaboración entre dirigentes y dirigidos. Hay factores muy diversos que explican ese fracaso y, en ningún caso, esa es la explicación dominante. Y no lo es porque los enfrentamientos entre las clases son propios de todas las sociedades.
Bajoit destaca en una de sus propuestas que “Producir y gestionar la riqueza necesaria para asegurar el bienestar económico de toda una colectividad humana es una cuestión de colaboración entre dos clases sociales: la clase productora que trabaja para producir la riqueza, y la clase gestora que se la apropia y la gestiona”.
Discrepo de esta argumentación porque existen intereses distintos en las sociedades. Y, desde que Marx escribió el Manifiesto Comunista quedó claro que la historia de todas las sociedades hasta hoy es la historia de la lucha de clases. Y la clase dominante no tiene los mismos intereses que la clase dominada.
La propuesta de Bajoit para avanzar al desarrollo es discutible.
No es posible conseguir acuerdo entre “los actores que gestionan la economía y el poder político y los actores dirigidos”. No lo es en el capitalismo y tampoco lo fue en el “socialismo real”, en el que un grupo de dirigentes dejó de representar a la sociedad.
Y, ahora, con el capitalismo neoliberal el asunto es aún más complejo. Porque, como bien dice Bajoit en otro texto, “Para renovar la concepción del socialismo en el siglo XXI”, también publicado en el Portal Socialista, la burguesía propietaria ha sido reemplazada en su posición de poder por los grandes comerciantes, banqueros y otros especuladores financieros, los que explotan no solo al proletariado sino a una gran variedad de oprimidos: consumidores pobres, mujeres, pensionados, jóvenes, pueblos originarios, inmigrantes y la diversidad sexual.
Resulta difícil entonces un acuerdo de convivencia en esa estructura compleja de dominadores y dominados para avanzar al desarrollo.
En consecuencia, un desarrollo viable no puede ser garantizado con un discutible acuerdo entre dominados y dominadores. El camino es otro: los dominados deben construir una propuesta de transformación que instale su hegemonía política y cultural en la sociedad y asuma el gobierno democráticamente.
La conquista de la hegemonía política y cultural de los dominados es lo que permitirá avanzar al desarrollo.
La izquierda, en representación de los trabajadores y de las distintas identidades oprimidas por el capitalismo neoliberal, debe ser capaz de ofrecer un proyecto hegemónico alternativo al poder oligárquico. Esa hegemonía debe hacerse efectiva en la lucha política, cultural y comunicacional, para dejar en claro una visión del mundo distinta a la que impone la clase dominante. Además, debe ser percibida como una alternativa de transformación viable para el conjunto de la sociedad.
Si eso se logra, se podrá hacer retroceder a la clase dominante y construir una propuesta de desarrollo. Entonces, el desarrollo será posible siempre que se imponga política y socialmente el liderazgo de un proyecto transformador y que, luego de alcanzar el poder político, ese liderazgo sea el que fije los nuevos límites de funcionamiento a los dueños del capital y no al revés, como es ahora.
Lineamientos de desarrollo
En referencia a Chile una propuesta de desarrollo debería avanzar en las siguientes direcciones:
1. Impulsar una estrategia de desarrollo productivo que potencie nuevas industrias de transformación porque las actividades económicas basadas en recursos naturales tradicionales han agotado su dinamismo y productividad, no generan suficiente empleo, y favorecen desigualdades sociales y territoriales.
La política económica no debe dedicarse exclusivamente al servicio de ordenamientos fiscales y financieros; deberá servir para reorientar las inversiones desde la producción de materias primas hacia bienes y servicios de transformación, asegurando, al mismo tiempo, la protección del medio ambiente y de los ecosistemas. Así, se favorecerán nuevos espacios de inversión y empleo de mejor calidad para beneficio no solo de los trabajadores sino también del empresariado innovador.
2. En momentos de un avance tecnológico arrollador en el mundo, el desarrollo obliga multiplicar las inversiones en ciencia, tecnología e innovación junto a la instalación de centros tecnológicos en las distintas regiones del país.
3. El desarrollo no puede eludir las condiciones sociales de la población y estas exigen educación y salud de calidad, sin discriminaciones, para todas las personas y, al mismo tiempo, un régimen de previsión social que garantice el bienestar de las personas mayores jubiladas. Además, las nuevas tecnologías, máquinas modernas y procesos de innovación, imprescindibles para una nueva industrialización, deben ser acompañados porprofesionales y trabajadores con una formación de calidad, lo que resultará en mayor productividad, empleo y mejores salarios.
4. Coincido con Bajoit en la necesidad de defender los intereses nacionales respecto de las inversiones extranjeras, sobre todo en el momento actual, porque existe una creciente presión de los países desarrollados por la captura de nuestras materias primas, indispensables para las nuevas tecnologías.
En algunos casos, según el comportamiento de los inversionistas extranjeros, se podrá nacionalizar algunas empresas. Pero, en lo fundamental, la prioridad es orientar las inversiones extranjeras para su instalación en sectores industriales o en aquellos procesos productivos que agregan valor y conocimientos a los bienes y servicios. Al mismo tiempo, en los contratos con los inversionistas es preciso garantizar la transferencia tecnológica (como lo hizo China). Así, las inversiones extranjeras se convertirán en un apoyo efectivo al desarrollo.
5. La política exterior, acompañada por la política comercial externa, es un componente ineludible de toda estrategia de desarrollo. En el momento actual, el cambio radical en el orden político y económico mundial obligará a Chile y a otros países en desarrollo a impulsar una política exterior que enfrente el proteccionismo de los mercados externos. En el caso de Chile se impone una política de diversificación de mercados, así como perseverar en la integración latinoamericana y priorizar la incorporación a los BRICS.
6. Dice bien Bajoit que una propuesta de desarrollo debe hacerse con “respeto de la ley y del orden político y social”. Compartimos esa afirmación porque la democracia y la participación ciudadana son condición necesaria del funcionamiento de la sociedad; pero, además, ayudan a potenciar el desarrollo.
En efecto, una democracia inclusiva que fomente la participación de todos los actores sociales, empresarios, sindicatos y organizaciones civiles, es lo que da solidez a toda propuesta de desarrollo. Hay que agregar que el desarrollo exige también una democracia con instituciones capaces de controlar la corrupción y favorecer sistemas de comunicación que aseguren la transparencia y el pluralismo.
Finalmente, hay que decir que el vigoroso crecimiento que experimentó Chile en las dos primeras décadas del retorno a la democracia no abrió camino al desarrollo. Después del auge, el crecimiento se redujo sustancialmente y la productividad de estancó. La matriz productora y exportadora de recursos naturales no se diversificó y se cerraron las puertas a nuevas oportunidades económicas.
Al igual que en la época del auge salitrero, el crecimiento económico y los recursos generados por el sector externo no se han aprovechado para diversificar la estructura productiva. Y, hoy día, cuando el mundo gira hacia el proteccionismo, se pone en evidencia la fragilidad que significa vivir de los recursos naturales. Una propuesta nueva de desarrollo es imperiosa.
*Roberto Pizarro Hofer es economista y exdecano de la Facultad de Economía Política de la Universidad de Chile.