CONCURSO DE TEXTOS BREVES BEATRIZ “TATI” ALLENDE BUSSI

11 Min de Lectura

Durante 4 años (2020-2023), buscando mantener la memoria, invitamos a escribir. Destacados jurados, con mucho compromiso, trabajaron en la lectura y selección de los textos ganadores. La primera convocatoria del concurso estuvo dirigida a mujeres y la invitación fue a “escribir –desde el hoy—las palabras de la UP”.

Compartimos, aquí, el cuento ganador de la primera convocatoria del concurso (2020).

LA FOTO

Marcela Schultz Morales (Marluz)
Primer Lugar
Concurso de Textos Breves Beatriz “Tati” Allende Bussi – 2020

Me gustaba sentir la mano grande y acogedora de mi abuelo tomando la mía. Ese día en la calle una emoción como un río chiquito en mi pecho me dejaba sin respiración. A lo lejos, miles de banderas rojas se agolpaban en la Alameda.

El abuelo me despertó temprano, puso un disco en su equipo de música y cantó con toda su fuerza algo de… “un pueblo unido”, dio vuelta su cara y el bigote frondoso se veía iluminado por su sonrisa. Pasó su mano grandota por mi pelo dando algunas palmaditas. Me senté a observarlo mientras anudaba su corbata, dio dos vueltas mágicas y el nudo quedó perfecto, gran acontecimiento, nunca lo había visto tan arreglado, parecía vestido para una fiesta, levantó sus cejas y me dijo:
-Hoy es un día especial.

Hurgueteó en unos cajones y sacó una foto, la que observó cómo yendo a un lugar lejano. Pude ver que los ojos se le llenaban de lágrimas, una emoción de árbol viejo se le asomaba por las pestañas. La foto mostraba una construcción con muchos obreros, todos con caras muy sonrientes. Aunque tenían sus herramientas de trabajo en descanso, se notaban atentos, expectantes, como esperando algo.

– Este soy yo.

Me indicó con el dedo a un muchacho sentado en un andamio.

– ¿Y tú bigote, Tata?

– Todavía no aparecía.

Adoptó un tono solemne y se le hicieron dos hoyitos en las mejillas. Hizo un ademán con la mano invitándome a sentarme junto a él en la orilla de la cama.

– Mija, las construcciones tienen el espíritu de quienes las construyen. En sus paredes quedan impregnados el esfuerzo y compromiso de cada obrero. Si acercamos el oído al concreto se puede oír la música de las herramientas golpeando.

– ¿Cómo cuando uno se pone una caracola en la oreja, así, Tata?

– Así mismito, como el mar, como un corazón que late de puro gusto.

De pronto el abuelo dio un brinco, semejando a quien se sube al escenario de un teatro, y siguió su relato moviendo las manos, igual que si estuviera tirando cemento a la pared.

Me explicó que los materiales de construcción son las semillas que los trabajadores siembran en un campo sin vida, luego surgen los cimientos, que son las raíces y tronco de estas construcciones.

– ¿Y las hojas, Tata?

– Las hojas son las ventanas que también oxigenan el interior de los edificios.

– ¿Hay frutos?

– Claro que sí, son las familias que habitan los departamentos, los niños y niñas como tú.

Mi Tata era maestro de la construcción. Todas las mañanas lo veía salir con sus ropas y casco de obrero. En su mochila llevaba “los tesoros”, como decía él. Eran sus herramientas de trabajo. A mí igual me parecían valiosas. El fin de semana las limpiaba con tanto cuidado que el brillo que salía de ellas molestaba en los ojos. También se daba el tiempo de enseñarme a usarlas, a martillar un clavo sin pegarse en los dedos. A mi abuela no le gustaba:

– Deja tranquila a la niña, Aliro, déjala que juegue con muñecas.

Yo prefería el sonar musical de las herramientas y, sobre todo, como la mano de mi abuelo guiaba la mía para manejarlas. Sentía su cariño en su poética enseñanza, los instrumentos y materiales cobraban vida y personalidad, lo cotidiano se volvía historia y trascendencia.

El día que tomé la pala y me dispuse a hacer una construcción en el patio de mi casa, no imaginaba el revuelo que iba a provocar mi juego. Es cierto que me costó mucho sujetar el peso de la herramienta en mis manos chiquitas, pero como pude la arrastré hacia donde quería hacer un gran agujero, para “sembrar” un edificio, tomando en cuenta la enseñanza de mi abuelo.

– Es pura técnica mijita, es más maña que fuerza.

Entonces, alcé la pala con las dos manos y la posé en la tierra, luego me subí arriba y di pequeños saltitos, así logré que se enterrara alcanzando a remover el suelo barroso. Después de varios intentos estaba muy cansada y ya se me quitaron las ganas de construir. Pensé que, como decía la abuela, mejor iba por mis muñecas. De tanto agitar la tierra, de pronto surgió de ella un objeto. Le grité con todas mis fuerzas al abuelo para que viera el tesoro que había encontrado. El abuelo corrió asustado ante mis gritos, me miró con las cejas juntas y movió los bigotes, sentí el reproche cuando puso sus brazos en la cintura y movió la cabeza de un lado para otro. Para desviar el reproche apunté con el dedo hacia el hallazgo. El abuelo, sorprendido, tomó la pala y desenterró una caja envuelta en un plástico grueso. La curiosidad aplacó el enojo del abuelo, sacó el plástico, abrió la caja y tomando mi mano corrió hacia la casa.

– ¡Mira, Estercita, lo que encontró la niña!

Los dos se abrazaron emocionados, yo no entendía nada. Tomaron mi mano e hicieron una ronda, yo me sentía feliz, un cosquilleo me decía que les había devuelto un vuelo de pájaro perdido.

– ¡Es la foto, Ester! ¡La foto del “Chicho”!

– Pero, viejo, si se la encargaste a tu hermano Pablo, antes de que te detuvieran.

– Y el “bandío” me dijo que se había deshecho de ella, nunca pensé que la había enterrado en el mismísimo patio de mi casa.

Yo habría preferido que el Tata siguiera enojado y me retara apuntando con su dedo hacia arriba, que es lo que hacía cuando yo no obedecía, porque parecía que en ese momento yo no existía. Mi abuela y mi abuelo hablaban entre ellos cosas que yo no entendía, de dictaduras y campos de concentración, de persecuciones y escondites. Una pena de lluvia se me vino a los ojos, entonces el abuelo me tomó en brazos.

– Vamos a celebrar con la abuela este hallazgo y para la chiquitita, ¡un helado!
Desde ese día, el abuelo guardaba en su cajón, la foto encontrada bajo la tierra.

– Como le dije, mija, hoy es un día especial, hoy es 1º de mayo, el día del trabajador. Y esta foto donde está su tata jovencito, sin su bigote, la sacaron cuando estábamos construyendo la UNCTAD III, en el año 1972.

– ¿Quién es ese?

– Ese es el Compañero Presidente Salvador Allende.

Y le salió un suspiro de viento. Miró con atención la foto y se le hicieron arruguitas en la frente. Con una voz más calladita, me dijo que esta obra fue realizada para la Tercera Conferencia Mundial de Comercio y Desarrollo de las Naciones Unidas y que fue un ejemplo de trabajo en tiempo record.

– La hicimos en 275 días, trabajamos hasta doce horas diarias.

– ¿Y por qué tan apurados, tata?

– Porque era “la palabra de la patria a través de sus trabajadores y esa palabra, tiene que cumplirse”. Así dijo el Presidente.

– La verdad es que no te entiendo mucho abuelo, le dije, temiendo hacerle un agujero en el pecho con mi impertinencia.

El abuelo tomó mis manos y me recordó que las construcciones eran siembra en un campo sin vida, que así era Chile antes del Presidente Allende, semejante a un sitio baldío, donde la pobreza se colgaba como una enredadera. Por eso esta construcción recibió el reconocimiento del Presidente, fue una siembra de compromiso de los trabajadores y su fruto jugoso fue el de no defraudar al Compañero Presidente.
Tanto orgullo le salía por las pupilas, que de puro cariño corrí a sus brazos. Sentí en ese abrazo que también sellábamos un compromiso.

Salimos por calle Matucana, hacia la Alameda, ahí mi tata se encontró con sus compañeros del Sindicato, tomó una bandera y a mí me pasó un casco que casi me tapaba los ojos. Había mucha gente en la calle ese 1º de mayo, la mano de mi abuelo me guiaba, lo miré hacia arriba, orgullosa, y pude encontrar en sus ojos a ese muchacho de la foto y pensé en esa siembra, en esa foto bajo la tierra. El tío Pablo sembró una foto y con ello germinó la memoria de 3.700 nombres escritos en el concreto, fragua del espíritu colectivo, del trabajador y su capacidad creadora.

Hoy es cosecha que en mí se hace compromiso en todos los 1º de mayo, en medio de las banderas, volviendo a sentir la guía de su mano grande y acogedora tomando la mía.

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