Cómo son recordados, finalmente, los gobiernos y los presidentes tiene algo de misterio.
Algunos quedan en el recuerdo colectivo e incluso algunos presidentes entran en el corazón del pueblo: Pedro Aguirre Cerda y Salvador Allende son ejemplos de esto último. Otros entran a la historia y al imaginario popular más por el camino de la razón que de la emoción: Aylwin y Lagos.
De Jorge Alessandri se recuerda poco de su gobierno (1958-1962), pero lo que perdura es su imagen de austeridad caminando desde La Moneda hasta su pequeño departamento de la calle Philips (disimular el poder siempre será más inteligente que ostentarlo pensaba la vieja derecha). O alguna política bautizada con ingenio cómo la “reforma del macetero” para referirse a su ínfima “reforma agraria” de 1962.
Si uno se acerca al monumento del general Bulnes que está en la alameda, a un costado se enumeran sus obras: toma de posesión del Estrecho de Magallanes, creación bajo su mandato de la Universidad de Chile (aunque los créditos se los lleva su ministro de Instrucción Manuel Montt, lo que reafirma que hay que tener cuidado, a veces, con los ministros), algunas obras públicas, puentes y caminos.
En fin, cómo han quedado fijadas en la memoria los gobiernos y los presidentes de Chile daría para un largo texto. Pero aquí la pregunta que nos ocupa es qué pasará con el gobierno del presidente Boric al terminar su mandato en marzo de 2026. ¿Será este un gobierno con legado?
Quizás sería bueno matizar y problematizar un poco el tema del legado, pues este depende mucho más de las emociones e imaginación que despierte en la memoria colectiva que de cómo las cosas realmente hayan sido. Y más importante aún: es una imagen que no se fija de una vez para siempre, sino que va evolucionando con el tiempo. Lo que vaya sucediendo en los próximos años va a ir reescribiendo lo realizado, va a dar la “razón” o no a lo que hizo o intentó hacer el gobierno de hoy, lo hará más grande o más pequeño.
Desde el punto de vista de políticas públicas y obras realizadas este será un gobierno con legado. Después de la reforma de pensiones este es un tema zanjado.
Hasta antes de la reforma previsional podía ser un tema de debate acerca de que tan significativa era la obra que dejaba el gobierno, porque si bien podía mostrar diversos avances (más gratuidad en la salud pública, alza del salario mínimo, royalty a la minería privada y su inyección directa a las comunas, reducción de la jornada a 40 horas, nueva política de cuidados, entre otros), todos ellos juntos no alcanzaban la masa crítica suficiente para afirmar sin apelación de que existía un legado firme y claro.
La reforma previsional, más allá de cualquier valoración que se pueda tener de ella, cambia el escenario, y le da al gobierno la posibilidad de consolidar un legado sustantivo. La reforma, aunque no implica cambios estructurales significativos tiene el mérito de que mejora las pensiones, en distintos momentos y montos, a todos los actuales y futuros pensionados. Y eso, es un cambio importante y justifica por sí solo el sentido de un gobierno.
El mejoramiento de las pensiones, a su vez, permite que resalten otras políticas, que siendo parciales adquieren un brillo especial bajo este paraguas de alcance más universal.
A lo menos se podrían destacar cuatro ejes en los que este gobierno dejará un claro legado: en lo social, en el ámbito del desarrollo y la innovación, en seguridad pública, y en la defensa y expansión de la autonomía individual.
Dejará un legado social, vinculado a mejoras salariales y de pensiones, y a la reducción de la jornada laboral y su impacto en la calidad de vida de las personas. En el cumplimiento de la meta de construcción de 250 mil viviendas. En el incremento de los presupuestos de más de 300 comunas vía nuevos ingresos del royalty. En el pago de la deuda histórica a los profesores y el avance que se pueda lograr en la eliminación del CAE. En el fortalecimiento de la salud pública y el avance de su gratuidad con el arancel 0 de Fonasa. Una mención especial será lo que se pueda dejar avanzado en materia de un nuevo sistema de cuidados.
Un segundo eje estará dado por el legado en políticas para un nuevo modelo de desarrollo, de innovación y soberanía. Este gobierno debiera ser recordado por su Estrategia Nacional del Litio, sus logros en la generación y aplicación de hidrógeno verde, la transición de su matriz energética hacia fuentes de energías más limpias y renovables, y por su incipiente proceso de industrialización de nuevo tipo. En este ámbito se puede también incluir la recuperación de la capacidad ferroviaria del país y los actos de soberanía presidencial en torno a la Antártica chilena, un territorio estratégico para el Chile del futuro.
Un tercer eje será el legado en seguridad pública. Se debe reconocer que el actual gobierno no venía con la intención de realizar una acción especialmente relevante en este ámbito. Pero tuvo la capacidad de adaptación para entender que el problema de seguridad era la preocupación principal de la ciudadanía y que efectivamente había una nueva realidad delictual, más compleja y violenta, de la cual había que hacerse cargo.
Este gobierno será el que más leyes de seguridad habrá aprobado desde el 90 a la fecha, algunas de las cuales son relevantes e implican una modernización del marco legal para combatir el crimen organizado, el narcotráfico, los delitos informáticos y formas delictuales hasta ahora desconocidas. Sin duda, quedará en la memoria colectiva la creación del Ministerio de Seguridad Pública, el principal avance institucional en esta materia en muchas décadas.
Este inesperado legado del gobierno, constituye una redefinición de la izquierda frente al tema de la seguridad pública, dejando de ser para esta una eterna asignatura pendiente, y entrando a disputar con la derecha la valoración social de qué sector político del país puede manejar con más efectividad este tema. En este sentido, después de este gobierno, la seguridad pública dejará de ser una carga permanente para la izquierda y será un terreno más en disputa con la derecha que lo que ha sido hasta ahora.
Un cuarto eje dice relación con la reafirmación bajo este gobierno de la defensa y desarrollo de la libertad de las personas, entendida esta como la autonomía para pensar y decidir sobre cuestiones que atañen a la vida y a los cuerpos de los/as ciudadanos/as. En tiempos de resurgimiento de la intolerancia y los prejuicios, de los discursos de odio en todo el mundo, el gobierno habrá avanzado en una ley sobre eutanasia, en la reglamentación de las tres causales y la apertura de un debate sobre aborto más amplio, y las minorías y disidencias sexuales habrán logrado mantener lo conquistado, etc. Resistir y mantener lo conquistado puede considerarse, en estos tiempos, un logro.
Todavía queda un año por delante. Es cierto, que este periodo se lo tomará la disputa presidencial y parlamentaria. Habrá un congreso poco dispuesto a aprobar los proyectos del gobierno, pero hay algunos cuyo rechazo les pueden traer un costo: eutanasia, CAE, fortalecimiento de la salud pública.
Por otra parte, al gobierno le queda un amplio campo de gestión no legislativa, donde puede mostrar su sello progresista, diferenciándose de una derecha que va, una vez más, tras los derechos laborales, sociales y de protección social que han conseguido las personas y las familias chilenas a lo largo de décadas.
Todavía queda mucho para saber cómo terminará este gobierno y cómo será recordado. Pero a diferencia de otros años iniciará marzo con una agenda de logros tangibles; menos estresado por el famoso legado porque es una tarea en lo esencial cumplida; con una oposición dividida, y sin un liderazgo indiscutido; con su impertérrito 30% de apoyo; y con una izquierda y un progresismo con perspectivas ciertas de tener un liderazgo presidencial unitario y competitivo. No es poco para iniciar el último año político del gobierno, y mucho más de lo que se proyectaba hasta hace unos pocos meses.