Entrevistas Portal
Fernando Stenssoro es un experto en materias internacionales. Actualmente dirige el Doctorado en Estudios Americanos, adscrito al Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago. Como buen estudioso de los temas internacionales ha estado profundamente involucrado en el análisis de las luchas geopolíticas actuales y el reordenamiento de las fuerzas a nivel mundial. “En la disputa por el control tecnológico se están disputando las hegemonías futuras”, afirma. Estenssoro llama la atención sobre el hecho de que la extrema derecha toma aspectos del discurso tradicional en torno al trabajo o la (re)industrialización que habían sido propios de la izquierda.
Se discute mucho qué representa Trump y por qué ha logrado el nivel de adhesión que ha conseguido. ¿Por qué crees que sintoniza, entre otros, con grupos sociales populares y de trabajadores?
R: Es bueno preguntarse por qué el pueblo estadounidense vota por Trump. A mi parecer es porque Trump recoge la principal demanda de la calle, de la gente de a pie, de la clase media: los estadounidenses quieren trabajo y trabajo estable, no precario; quieren seguridad social, salud y educación gratis o al alcance de los sectores populares; quieren oportunidades reales, propias de la época en que EE. UU. era la fábrica del mundo, quieren ese EE. UU. que surgió después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Son los años dorados, los años del new deal; los tiempos en que los autos, las lavadoras, los televisores, los electrodomésticos se hacían en EE. UU. y se exportaban al resto mundo. Ese es el sueño americano que Trump dice que va a restaurar: “Make America Great Again”. Ese mundo que desapareció tras el fin de la guerra fría, con la globalización del neoliberalismo y la consecuente deslocalización de la industria americana. Ese énfasis en el trabajo, la fábrica, los trabajadores, la producción industrial, recuerda ciertamente un discurso tradicional de la izquierda.
La gente de a pie, sin elaborarlo ideológicamente, está harta del globalismo neoliberal posmoderno porque en la práctica su nivel de vida ha bajado y se ha precarizado, o sea, las desigualdades sociales se han profundizado. Ese discurso “antiglobalista” y nacionalista (volver a tener industria nacional y terminar con las importaciones en varias áreas) en la actualidad es recogido por las ultraderechas del norte global. Trump recoge ese discurso y lo condimenta con la ideología conservadora más típica, racista y antiwoke. La gente de la calle está harta del wokismo posmoderno, en el que la defensa del derecho de los animales es más importante que las luchas sindicales y sociales; donde los líderes progresistas liberales están más preocupados de los derechos de las minorías sexuales que de las deudas por educación de los jóvenes. Trump recoge algunas de las banderas sociales más típicas de la izquierda tradicional y las mezcla con sus críticas a la agenda de género levantada por las que él llama “feminazis”. En mi opinión, eso ocurre porque, tras el fin de la Guerra Fría, la izquierda abandonó sus banderas y se compró el discurso político-social posmoderno de Giddens y los globalistas de la Tercera Vía.
El discurso de Trump tiene un fuerte componente nacionalista. Desafía cierta ortodoxia neoliberal con la idea de poner aranceles altos a ciertas importaciones. ¿Vamos hacia un nuevo tipo de globalización?
R: Trump, al igual que las ultraderechas europeas, no responde a la agenda neoliberal, responde a una agenda más nacionalista que conecta muy bien con el discurso antiinmigración. El nacionalismo estadounidense, que es muy tradicional en ese país, quedó opacado y muy disminuido tras el fin de la Guerra Fría, pero, ahora, sobre todo después de la crisis subprime, más el agravante del crecimiento de China y el real desafío que este representa para la hegemonía de EE. UU., las contradicciones internas se han agudizado y, en mi opinión, se van a seguir profundizando en la misma medida en que la fiebre de la borrachera neoliberal globalista empieza a desaparecer. Los nacionalistas no son anticapitalistas, son antiliberales, que no es lo mismo.
¿Qué significa Trump para América Latina? Hace tiempo no llegaba un presidente de EE. UU. con una política con tantas implicancias para América latina.
R: Para América Latina el verdadero problema no es Trump en sí mismo, sino la nueva época histórica en la que hemos entrado, donde las relaciones de poder que articulan el orden político mundial están cambiando. Ese mundo que surgió tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, en el que EE. UU. puso las reglas, está desapareciendo y un nuevo orden está surgiendo.
En este sentido, los internacionalista que compartimos esta tesis hablamos de que estamos viviendo un interregno hegemónico, en el que, parafraseando a Gramsci “el antiguo orden mundial no termina de morir y el nuevo orden no termina de nacer” y en este claroscuro viviremos en peligro.
Creo que vamos desde un orden unipolar a un orden multipolar y dado que nosotros no estamos en esa discusión, no seremos protagonistas del nuevo reparto de poder. Por eso creo que la única alternativa que tenemos es avanzar decididamente en la integración regional. Si no es posible de toda América Latina, por lo menos de América del Sur, en la idea de UNASUR o algo parecido. Y esto, solo para mejorar relativamente nuestras capacidades de negociación. Si seguimos en la lógica solitaria, simplemente vamos a desaparecer.
Hace poco China desafió la hegemonía americana en materia de Inteligencia Artificial (IA) con la aplicación DeepSek.
R: Claro, hoy, es en la disputa por el control tecnológico donde se están disputando las hegemonías futuras. No es coincidencia que cuando Trump, en la asunción del mando, aparece rodeado de los CEO de los grandes controladores de las redes sociales y de nuevos sistemas tecnológicos en proceso de desarrollo, China lance su propia plataforma de IA, que presenta varias ventajas y menores costos. El problema más de fondo es que la declinación de EE. UU. sigue en marcha, Trump intenta resistir, pero resta por ver si tiene realmente la forma de frenar a China. Es muy difícil que ello pueda ocurrir y que EE. UU. pueda volver a la edad dorada que anuncia Trump. A EE. UU. le costará aceptar un mundo multipolar y, mucho más aún, acostumbrarse a él.